La importancia de la transmisión de la historia y la cultura al viajar ha sido siempre un pilar fundamental del turismo. Sin embargo, la forma de hacer turismo ha cambiado mucho durante las últimas décadas, y parece que la tendencia indica que el viajero está cada vez menos interesado en conocer la historia y la cultura del destino que visita. O bien, menos predispuesto a hacerlo mediante las oferta clásica y masificada del sector: visitas guiadas, colas interminables, discursos poco interactivos…
Para entender esta nueva realidad hay que comprender el contexto de los últimos años. El desarrollo imparable de los medios de transporte ha incentivado el movimiento de personas a nivel global. Si a principios del siglo XX los viajes internacionales se reducían a cuestiones de negocios, investigación o grandes mudanzas, en pleno siglo XXI viajar está al alcance de la mayoría. De hecho, se trata del pasatiempo preferido por antonomasia de la clase media. Por eso, el turismo ha crecido exponencialmente en las últimas décadas y la “experiencia única y especial” que vamos buscando se ha visto corrompida por una oferta de masas poco personalizada.
Aún así, se sigue viajando, pues los beneficios son incalculables y evidentes para cualquier trotamundos asiduo. Sin embargo, poco a poco, la superficialidad del turismo de masas ha ido perjudicando uno de los aspectos más importantes y provechosos del viajar: conocer la historia y la cultura del destino escogido. La oferta turística parece estar cada vez más enfocada en actividades como comprar, pasear o comer. Olvidándonos así, de indagar en el patrimonio cultural de los pueblos y ciudades que se recorren.
La pregunta es: ¿Supone este cambio de paradigma turístico un problema? Bueno, el aprender sobre la historia y la cultura de un destino es de gran ayuda tanto para el individuo como para la propia sociedad.
En primer lugar, indagar en la cultura e historia de un lugar nos permite conocer el pasado y evitar cometer los mismos errores como sociedad. Cualquier viajero que haya visitado un campo de concentración sabrá de buena mano que esas experiencias turísticas están enfocadas a recordar las atrocidades del pasado para no olvidar las libertades del presente.
En segundo lugar, al dedicarnos a estudiar la cultura y la historia de un destino entendemos mejor su geografía, su gastronomía y sus tradiciones. Todas ellas consecuencias directas de un pasado concreto y único. De ese modo, se enriquece la experiencia y se fomenta el recuerdo emocional de viaje.
Además, cualquier actividad que nos exija concentración y aprendizaje alimenta nuestra capacidad de inteligencia, empatía y creatividad. Descubrir la historia y la cultura, por tanto, nos forma como personas, nos otorga criterio, moral e identidad. En resumen, nos permite construir un futuro mejor a base de ser personas más capaces.
Entonces, ¿cuál es la solución? La idea es seguir fomentando la transmisión de cultura e historia, pero mediante herramientas más creativas y adecuadas al salto tecnológico de las últimas décadas. El sistema educativo ya ha optado por unirse a la revolución de la gamificación, y parece que el futuro de la experiencia turística está en unirse al tren de la gamificación. Crear actividades únicas y divertidas sin olvidarse de la transmisión del valor cultural e histórica. Pues dice la tradición que quien no conoce su historia está destinado a repetirla.